Como si estuviéramos de sobremesa y tratando de no extenderme demasiado sobre el particular, les diré que mis primeros pininos en la música tuvieron como socio en el juego un viejo piano que mi abuelo Juan Atreo Buschiazzo, quien no llegué a conocer, había regalado a su hijo Enrique Omar; mi padre, hombre sensible a toda expresión artística, cada tanto lograba no sin esfuerzo resucitar algún tango de su reducido repertorio.
La vivencia de estar al lado de un papá ídolo, quien además era un maravilloso titiritero, seguramente marcaron mi derrotero artístico.
En la ciudad de Cosquín, sierras de Córdoba, donde me criara promediando la década de los años cuarenta, mi padre y un grupo de amigos fundaron un teatro que se llamó El Alma Encantada, nombre tomado de una novela de Romain Rolland.
Estos quijotes pro culturales de aquella época, consagraban su tiempo libre ofreciendo a su comunidad y las de pueblos vecinos, funciones de teatro, también de títeres, conciertos fonoeléctricos y excepcionalmente algún concierto en vivo. Este escuadrón de amateurs se las ingeniaba muy bien para llevar adelante sus representaciones teatrales. Los conciertos, invariablemente a cargo de visitantes a veces ilustres, eran más aislados por los esfuerzos económicos que representaban.
La aventura de difusión cultural emprendida por medio de El Alma Encantada en Cosquín de la mano de mi padre y amigos, había alcanzado un importante desarrollo antes de mi nacimiento. Este ocurrió el 24 de septiembre de 1945, anticipándose inesperadamentea la fecha prevista para gran sorpresa de mis padres, que en aquellos momentos paseaban por la otra orilla del Plata.
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