Uruguayo de origen y coscoíno de crianza, tuve una infancia feliz, en la cual desde los albores conviví con aquellos muñecos que cobraban vida en las calles, escuelas, clubes y bibliotecas del valle de Punilla.

Discos de Antonio Tormo, famoso cantor cuyano que por aquel entonces contaba con legiones de admiradores, contribuían a captar un embelesado público que instantes después presenciaba las funciones titiriteras.

Aquí llegamos a la ecuación piano de papá, muñecos, Antonio Tormo, conciertos fonoeléctricos (así eran llamados), teniendo como resultado un chiquillo que se la pasaba cantando todo el día. Así es que teniendo unos tres años y como decía al comienzo, con el piano como compañero de juegos, me inicié en el estudio de la música.

Una abnegada profesora, Aminta Ledesma, vecina de Cosquín, con simpáticos recursos didácticos seguramente improvisados me enseñó las primeras melodías como el arrorró, aserrín…aserrán, etc. hasta llegar, pasados los primeros años, a Breyer, Czerny y otros.